Son las
siete de la mañana y el despertador ya está sobresaltado por la falta de
acción. Nadie le consuela y sigue bramando a diestro y siniestro. No le importa
lo que el vecindario piense, él sabe que su trabajo no es valorado y por mucho
que se pretenda cambiar la imagen de esta profesión, no va a ser más que
alguien que entretiene las mascotas de una aristocracia escondida detrás de las
cifras y el falso esfuerzo.
Sale de
casa, con prisas, como siempre, después de regalarse cinco minutos en sus relajantes
lecturas. Esas que ya no existen en su sociedad. Esas que sirven para despegar
el alma; para evadirse sin tener que moverse del sofá.
Lanza un
presto saludo al que considera el único amigo en aquel edificio, que
casualmente viste de manera como él, pero no miden lo mismo. Se comprenden,
comparten aficiones, pero existe una ley que reprime sus visitas prolongadas en
público. Nadie imaginaría en 2018 la situación de tal manera pero desde hace un
tiempo las personas no son más que números con una consonante al final, y su
profesión no le permite relacionarse con otros rangos.
Se comporta
de manera fría con sus receptores, muestra palabras concatenadas, recita
jeroglíficos que parecen ser de otra época -aunque igual lo son- y espera
recibir diariamente el incentivo que exigen las altas esferas. Me recuerda a
una historia que escuché sobre italoamericanos violentos en las calles de Nueva
York: el día que no entrega el expolio solo le queda rezar para no sufrir las
consecuencias de unos amos que tienden a controlar cada movimiento que
emprende.
Emplea unas
herramientas obsoletas y su único consuelo reside en el efímero encuentro con
un “gracias”, una palmada en el hombro o, simplemente, una sonrisa. Pero sabe
que las cosas no van a cambiar. Sus sueños hace tiempo que quedaron tirados en
las papeleras de cualquier despacho o en los bolsillos de cualquier director,
mientras que su resignación no va más allá de ser libre por las noches; de
hacer de su profesión su forma de vida.
Son las
siete de la mañana. El despertador vuelve a sonar como cada mañana y mi amo
vuelve realizar la misma rutina de cada día. Hoy se ha olvidado de darme de
comer.
Tiene muchos
pájaros en la cabeza.
¡Mmmm, malditos
pájaros…!
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