Ella, que colecciona vinilos y papel.
Sonó el
timbre y los alumnos que se habían adelantado al animado tono que daba fin a
las clases salieron del aula a toda prisa; el resto, los menos, comenzaron a
apagar sus tablets. La profesora cerró
el portátil dejándolo en suspensión y se sentó agotada en la silla mientras
observaba cómo los últimos alumnos salían del aula. Después, descansó la vista sobre los pupitres que tenía enfrente, estaban impolutos. Se acerco a
ellos y paseó entre los estrechos pasillos que dejaban las parejas de mesas. En
sus tiempos, de los que no hace tanto —piensa ella—, las mesas estaban llenas de
firmas, de manchas de bolígrafos reventados, de insultos blancos de Típex, de arañazos hechos con tijeras y de chuletas a lápiz. Ahora los alumnos ya no llevaban estuche. El centro disponía de una Tablet para cada
alumno y de diversos portátiles con los que daban clase y se examinaban. ¡Sí,
se examinaban! Tanta prisa para quitar las hojas de papel "que si más moderno,
más rápido, más ecológico" y, sin embargo, ahí seguían los exámenes,
asegurándose de que solo aprobaban los que tenían capacidad memorística. Pasó
la mano por encima de uno de los pupitres y la golpeó la nostalgia. Recordó cómo se sintió cuando volvió al
centro donde estudió la secundaria, después de 6 años de universidad, para hacer
las prácticas y se encontró con su nombre grabado en varias aulas. Al lado del
suyo habían muchos más nombres: nombres de alumnos que habían estado antes que ella y
de algunos que vinieron después. Eso ya no volvería a pasar, los alumnos ya no
llevaban estuche.
Recogió sus cosas y se dirigió a la biblioteca, tenía una hora
de guardia allí. Aunque ella no la llamaba así, la profesora se negaba en rotundo a llamar a esa sala biblioteca
y se lo había hecho saber al centro en varias ocasiones: no entendía por qué seguían
llamando biblioteca a aquel espacio si
allí hacía años que no había un solo libro. Ahora había un ordenador en cada
mesa, y decenas de ladrones para poner a cargar portátiles, tablets y smartphones. La profesora consideraba eso un insulto para las
auténticas bibliotecas, esas que ya no quedan. No es que tuviera nada en
contra de los ordenadores, todo lo contrario; cuando ella comenzó a utilizar un ordenador
como herramienta para el estudio, ya estaba en la universidad y lamentó no haberlo
podido hacer también en el instituto, pero la sustitución absoluta del libro
fue un golpe que no se esperaba y que todavía no había superado. Cada vez que entraba
en aquella biblioteca sin libros y de alumnos sin estuche, ella recordaba con
pena cómo en la universidad de vez en cuando se encontraba Post-it en los libros
y anotaciones en los márgenes, que, en muchas ocasiones, le habían dado las
claves para la correcta realización de trabajos y reseñas. Eran notas de
alumnos que habían pasado por lo mismo que ella, claro, y siempre lo agradecía.
La primera vez que le pasó, se sintió como Harry Potter cuando leía las
anotaciones del Príncipe Mestizo en el libro de Pociones. La universidad
siempre recordaba que no debían dañarse los libros y castigaba a quienes escribían en ellos,
pero a ella, amante de los libros y del papel, jamás le pareció una aberración que pudiera sentirse y verse la
historia del libro —físico— en sus hojas. Era una lástima que ya ningún alumno
fuese a tener la ayuda de su particular Príncipe Mestizo.
—¡Profe,
profe!—Gritaban al unísono dos alumnos que entraban corriendo en la sala.
—A ver,
sin gritar, ¿qué queréis? — Preguntó interesada la profesora. En pocas
ocasiones alguien entraba en la sala de estudio con ordenadores de esa forma
tan escandalosa y animada.
—Raúl
se ha encontrado un libro en su casa, y que como tú colecciones vinilos,
papeles y esas cosas pues que si te lo quieres quedar. — No había terminado de
hablar y el chico ya estaba lanzando el libro a las manos de la profesora, que
lo cogió al vuelo. Era una copia de Siete
maneras de decir manzana de Benjamín Prado.
—Vaya…
¿No lo quieren tus padres?—Preguntó mientras abría el libro para ver el año de
la edición.
—¡Qué
va! Ellos tienen el Ebook. Lo iban a tirar, dicen que los libros solo ocupan
espacio.
—¡Pues
muchas gracias! Por cierto, antes habéis olvidado decir una cosa.
—¿El
qué? —preguntaron a la vez.
—Yo colecciono
vinilos, papel y deuvedés .
—¿Y eso
qué es?
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